La carta de La Tertulia

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          Cuando un negocio lleva abierto tanto tiempo como el nuestro, la carta, igual que la vida, no es como uno trata de diseñarla, sino como los años y las circunstancias la van modelando. Y los platos, como los clientes, vienen y van, y los hay que están desde el principio y otros que acaban de llegar.

         Algunos aparecen solo en verano o en ciertas temporadas (Queridos Gurumelos, os estamos esperando), y otros desaparecieron para siempre, como aquel mítico Cordero con miel y ciruelas por el que todavía pregunta algún despistado, y uno responde bajando la cabeza, tímidamente, como si preguntaran por aquel novio que te dejó y todavía duele: “No, ya no lo tenemos en la carta”.

        Algunos vienen de fuera y otros son más de aquí que un Adobo de chorizo con huevos fritos o un buen Cocido extremeño. Los hay dulces, picantes, salados. Sencillos como un Revuelto de espárragos o exclusivos como un Trufado de liebre, boletus edulis y oporto.

         Pero todos tienen una historia, su propia historia, y después de tanto tiempo nos gustaría empezar a contarlas. Abriros la ventana de nuestra casa, que es la de nuestra cocina, y contaros cómo se ve el mundo desde aquí.

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