Comidas que cambian los estados emocionales.

La pareja entró con una nube negra encima, y no era por la que estaba cayendo fuera.

O quizás sí. Era una de esas peleas de vacaciones que empiezan por nada y acaban estropeándolo todo. Un atasco, el levante en Tarifa, una niebla espesa en Gredos. O la lluvia, lluvia lenta y absurda que llevaba cayendo toda la mañana y que no invitaba a pasear ni a hacer turismo, sino a ponerse el chándal para tirarse en frente de la tele a ver cualquier cosa parecida a un deporte.

Se sentaron en la barra y pidieron unas cervezas. Ella no levantó la vista del socorrido Wassap, él se refugió inmediatamente en la prensa deportiva. Qué quieres comer. Me da igual, cualquier cosa caliente. La chica los invitó a pasar al comedor, y les puso un brasero que consoló sus pies helados. Él, cocido extremeño; ella, bacalao con tomate. Él, Una copa de vino, ¿De la casa?, Me da igual, el que sea, y mientras, rebañaba las papas con cazón del aperitivo.

Cuando llegaron echando humo los platos de la cocina, ella también quiso un vino. Unas cucharadas después, Chica, tráete una botellita, y luego, una de queso de oveja, ¿Es de por aquí?, Sí, de Llera. Y con la botella por la mitad y los platos limpios a base de pan, ya se sonreían, e incluso ella había apagado el teléfono. Con las trufas del postre, estaban haciendo manitas, y dos chupitos después, se fueron abrazados por la cintura, aunque seguía lloviendo y el hombre del tiempo había jurado que seguiría así todo el fin de semana.

¿Quién sabe? Quizás un bacalao con tomate, un cocido extremeño y unas copitas de vino de La Pelina no eviten un divorcio, pero hicieron feliz por unas horas a una pareja enfadada a la que- y  nunca mejor dicho- se le estaba aguando el puente.